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LOS GAVILANES | CRÍTICA

La zarzuela más popular

'Los gavilanes' por primera vez en el Maestranza.

'Los gavilanes' por primera vez en el Maestranza. / Juan Carlos Muñoz

Desde febrero hasta enero la taquilla es de Guerrero. Era un dicho muy repetido en los años dorados de la zarzuela en función del éxito de público que tenían simpre las zarzuelas de Jacinto Guerrero. La fórmula era simple: melodías pegadizas repetidas a lo largo de cada zarzuela para que el público saliese silbándolas (sigue funcionando el truco, porque por el Paseo de Colón escuché silbar la melodía del número final), escritura vocal de bravura al servicio del lucimiento de las estrellas de la compañía, orquestación simple que dobla las voces y remacha las melodías y argumentos simples y con final feliz. En pocos títulos se puede apreciar la eficacia de esta receta como en Los gavilanes, que era tradicionalmente la salvación económica de las compañías.

La garantía para el éxito actual de este tipo de zarzuelas, tan populares en su tiempo pero que no resisten la comparación con otras mucho más elaboradas (Sorozábal, Vives, Moreno Torroba, por ejemplo) es ofrecerlas con una propuesta escénica bien trabada, elaborada y brillante. Como la que nos ha traído Mario Gas, con sus espléndidas proyecciones de paisajes inspirados en la estética de Vázquez Díaz, sus andamios móviles, su atrezzo imprescindible y minimalista y su eficaz diseño del movimiento de actores. Con el florido y colorista vestuario de Squarciapino y la iluminación corpórea de Cheli, Los gavilanes han conseguido un ropaje teatral como nunca soñó Guerrero alcanzar.

En sus abundantes intervenciones, el coro brilló a gran altura por su empaste y por la calidad de sus voces. Oliver Díaz dirigió con eficacia y buen ritmo, aunque no siempre consiguió salvar a las voces de la repetida costumbre de Guerrero de doblar a los cantantes con la orquesta o con instrumentos como la trompeta. Así ocurrió en el primer encuentro entre Juan y Adriana, inaudible por el volumen de la orquesta. Afortunadamente esta producción cuenta con voces de empaque, de bravura, sobradas de volumen y con buena técnica de proyección que les permite saltar con holgura (aunque no siempre, dependiendo del director) la trinchera sonora de la rudimentaria orquestación del compositor. Javier Franco mostró un canto de bravura, timbre poderoso y buena línea de canto desde su entrada en “Mi aldea”. Igualmente bravo a la vez que lírico estuvo Alejandro del Cerro, capaz de usar reguladores muy bellos en “Flor roja”. Calante, oscura y con demasado vibrato María Rodríguez, mientras que nos pareció un desperdicio contar con una voz de la categoría de Sofía Esparza para un papel de tan poco relieve musical, sin ningún número a solo. Buenos actores-cantantes para el resto de los personajes.

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