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Francisco Rico a escena

El catedrático e investigador Francisco Rico Manrique (Barcelona, 1942-2024), en una imagen de archivo.

El catedrático e investigador Francisco Rico Manrique (Barcelona, 1942-2024), en una imagen de archivo. / Bernat Armangue

Este sábado, 27 de abril del año 2024, murió don Francisco Rico. Le faltaba un día para cumplir un año más, pero, tan celoso de sí como era, prefirió salir de la escena siendo un año más joven. Esa renuncia de última hora no le impidió, sin embargo, aprovechar hasta el último ápice de su tiempo y de su mucha inteligencia. Desde un desempeño humilde, como el de la filología, desde un profundo amor a los textos, a su lectura atenta y a la verdad literal que encierran, supo cambiar por completo el panorama de los estudios literarios hispánicos y hasta de la historia de nuestra cultura.

Don Francisco ideó todo un modo nuevo de acceder a los clásicos, en el que se entrecruzaban dos caminos. En primer lugar, el de la metodología filológica como instrumento para restaurar a su esplendor originario las obras mayores de la literatura. Junto a ello y como segunda vía, la voluntad de explicar con precisa erudición los contextos ideológicos, literarios y culturales de los que surgieron esos textos.

No fue una empresa de menor cuantía, pues por sus manos pasaron nada menos que el Cantar de Mio Cid, la clerecía toda, la Estoria de Alfonso X, el Libro de Buen Amor, su muy amado Petrarca, Jorge Manrique y sus Coplas, Nebrija y el humanismo hispánico, el Lazarillo de Tormes, El caballero de Olmedo, el Guzmán de Alfarache o el Quijote de Miguel de Cervantes. Ahí es nada. Sirva como ejemplo su deslumbrante desembarco en el cervantismo, que, con los dos volúmenes publicados por editorial Crítica en 1998, vino a cambiar para siempre la materialidad del texto quijotesco y la interpretación de la obra. Le seguirían otros muchos Quijotes e incluso unas obras completas de Cervantes, que tuteló para la colección Biblioteca Clásica de la Real Academia.

Sus cuidados, sin embargo, no terminaban en la tarea solitaria del sabio encerrado en su estudio. Don Francisco trajo la literatura y la filología a la actualidad diaria, y consiguió poner el Quijote en la primera plana de periódicos, televisiones y radios, haciendo de la alta cultura un asunto de actualidad, que llegaba a conectar con el gran público. Porque esa fue otra de sus múltiples habilidades, la de salirse del camino trillado con la voluntad de arrostrar el riesgo y de afrontar, como el caballero de Cervantes, empresas inauditas. De ahí que encabezara ensayos para renovar la historia de la literatura, que anduviera siempre urdiendo colecciones librescas que serían decisivas a la postre, que buscara dinero debajo de las piedras para respaldar esos proyectos, que se subiera al escenario para leer a los clásicos o que se batiera en duelos diversos desde las páginas de la prensa diaria, sacando los saberes universitarios de su ostracismo común.

Se salió del camino trillado con la voluntad de arrostrar el riesgo y de afrontar, como el caballero de Cervantes, empresas inauditas

Se añade a ello un inestimable magisterio ejercido desde su cátedra en la Universidad Autónoma de Barcelona y aun desde el sillón p minúscula de la Real Academia Española, que ha dejado un semillero de discípulos y deudores intelectuales –entre los que quisiera contarme–, a los que ha servido de guía y ejemplo, con una idea que se mantiene viva a lo largo de todas y cada una de sus páginas: «La experiencia literaria, artística o estética, es antes que nada una experiencia vital. Los valores fundamentales de la literatura no son valores literarios, sino personales». Y es que, para don Francisco, la ecdótica, la historia, la filología, la literatura y su enseñanza no eran meros ejercicios escolásticos, sino un modo de entender el mundo y la existencia humana.

La figura de Francisco Rico tiene, además, una dimensión simbólica para la cultura española de los siglos XX y XXI, por su nivel de exigencia, por el rigor de su tarea, por su rescate de lo mejor de nuestra literatura y por su proyección internacional. Su muerte no es solo una pérdida personal, intelectual o humana; constituye la desaparición de un referente. En un momento en el que todo se degrada, en el que parece valer cualquier cosa, en el que flaquea la enseñanza y se cuestiona el esfuerzo, resultan más precisas que nunca personas que nos señalen el camino y que sirvan de estímulo y de pauta. No para alcanzar a ser él –que es cosa hacedera para pocos–, sino para seguir sus pasos y sus enseñanzas, y encontrar algo de luz en medio de la confusión.

Su muerte no es solo una pérdida personal, intelectual o humana; constituye la desaparición de un referente

Pero no todo acababa en el sabio, el académico, el profesor universitario, el erudito o en el polemista público. Don Francisco había velado esas facetas tras una máscara irónica, conocida generalmente como «Rico» o como «Paco Rico». Ese era el personaje de ficción que aparece en las novelas de Javier Marías o de Arturo Pérez Reverte, el que él mismo se empeñaba exhibir ante los demás, en una suerte de desafío juguetón, que muchos han entendido como desplante. No obstante, detrás de esa máscara estaba la persona verdadera, con su inteligencia para transmitir conocimiento y entusiasmo, con una generosidad que ejercía a escondidas, con una amistad firme para con los suyos, con los arrebatos de un hombre sentimental y con un buen humor que entremezclaba con fingidas pataletas. Ese fue el Francisco Rico que tuve el privilegio de conocer, y a cuyo lado aprendí de los libros y de la vida. Muchas veces me dijo que no quería otra cosa que meterse la mano en el bolsillo y tener dinero suficiente como para coger un taxi. Es una filosofía de vida extraordinaria. Ese taxi le sirvió el sábado para hacer mutis, aunque esta vez haya sido para siempre. El escenario ha quedado a oscuras y vacío.

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