Hace poco me encontré con el inefable Tyrion Lannister mirándome de frente desde un gran luminoso. El personaje de Juego de Tronos me decía con un recio acento inglés ¡Andalucía te rompe! Intentaba provocarme, bueno, sobre todo a los vecinos amsterdameses, para animarlos a visitar Andalucía. La campaña, de indudable belleza, es una maravillosa metáfora de lo que intento exponer en este artículo: el turismo masivo y descontrolado puede romper el equilibrio social y ecológico de los destinos de acogida, aunque, por otro lado, el modelo nos permite a muchos viajar sin arruinarnos en el intento. Nada más volver de aquel viaje, me topé con la noticia de que 200.000 personas salieron a la calle en Canarias para protestar contra el turismo depredador. Esta manifestación demuestra que la población residente empieza a hartarse, y denuncia que ni el dinero de los turistas se queda en las regiones de acogida, ni el territorio se mantiene igual tras el paso de miles de personas, ni el nivel de vida de las comunidades locales progresa. Entonces, ¿Ahora que los vuelos de bajo coste y los apartamentos turísticos han democratizado lo de viajar, tenemos que renunciar por un enfoque ético del problema?

Si parcelamos el impacto negativo de la actividad, observamos cómo miles de nuevos consumidores afectan a zonas que, en muchos casos, ya han declarado emergencias climáticas e hidrológicas. Vemos también cómo se ha encarecido el precio y el acceso a la vivienda hasta límites insoportables, y cómo se favorecen inercias laborales temporales y precarias. Y siguiendo con los problemas, el turismo de masas inquieta a la convivencia y al desarrollo cultural de cada comunidad. Pero, ante este revés del negocio, ¿qué hacemos?, creo que no sería justo enfocar la industria hacia consumos más elitistas para paliar el problema, de alto valor económico, sino que es urgente una regularización ética del mercado donde quepamos todos, tanto familias con economías discretas como más pudientes. Algunos remedios ya apuntan a apartar a fondos buitres y a grandes corporaciones del manejo del negocio; a limitar los flujos de visitantes, sobre todo en lugares invadidos para proteger el patrimonio; y a cuidar y revitalizar los pequeños artesanos y negocios locales; etc. Pero, sobre todo, debemos centrar el problema y dejar de “romperlo todo” sin pensar, con mucho más Estado presente.

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