Falta de respeto

Gente allí dentro, asistiendo a una comunión como si de un espectáculo circense se tratase, como tertulianos en un programa de variedades, comentando todo en bullicio sempiterno

Una niña comulga en su día de la comunión.

Una niña comulga en su día de la comunión. / A. Pérez Meca

Por mucho que prepares algo, por mucho empeño que le pongas, siempre habrá factores externos que sean incontrolables. La lluvia, la puerta del garaje que no se abre, una calle cortada, un coche averiado atascando todo, esa indisposición intestinal o las malditas migrañas, una llamada inesperada, la mancha en la ropa que se deja ver a última hora... El quien la sigue la consigue, es el dicho más falso que existe. Quien la sigue, en todo caso, está más cerca de conseguirlo, anda en el camino, pero no hay nada garantizado. Por eso el miedo a que las cosas no salgan por más meticuloso que hayas sido en el proceso. El domingo fue uno de esos días por casa, teníamos la celebración de la primera comunión de nuestra hija. Aquí par un momento para hacer una aclaración: este artículo no va de lo que se nos han ido de las manos estas celebraciones, que bien podría. A lo que iba, que si vestido, peinado, misa, almuerzo, …, todo en un milimétrico estado de revista. Uno no quiere que nada salga mal en ese día. Uno se hace platónico en los días previos, atrapado en el mundo de las ideas y las elucubraciones, esperando que todo sea un locus amoenus con unicornios incluidos en el lote.

La mañana comenzó con un sol inmejorable que pocas veces se ocultó tras alguna nube pasajera. Bien, controlado lo meteorológico. Los peinados y la vestimenta familiar, todo en orden. Llamada a Teletaxi Huelva, con llegada puntual a la iglesia, con margen incluido, para ser los primeros en pasar, o posar, frente a la cámara de la fotógrafa del evento. El cura y todos los niños y niñas también magníficos. Los besos a los familiares tras la celebración. Y ya camino al almuerzo para disfrutar de una tarde difícilmente superable.

¿Pero de qué me quejo? Pues habría que rebobinar un poco, de vuelta a la iglesia. Gente, gentes, allí dentro, asistiendo a una ceremonia como si de un espectáculo circense se tratase, como tertulianos en un programa de variedades, comentando todo en bullicio sempiterno. Y los móviles, ay los móviles, esos benditos aparatos que también saben estar quietos, que pueden estar insonorizados y que pueden no tapar nuestra vista. Había hasta gente hablando por ellos. Algo que ya he vivido en teatros, cines y otras citas, y contemplo estupefacto ante la falta de respeto de quienes están en lugares compartidos sin entender la existencia de otros. Así que una cosa, ahora que se nos suman eventos: no vayan si no quieren, no son obligatorios. Y si van, disfruten y colaboren con el disfrute, prueben y vean la belleza de lo compartido.

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