Huelva
  • Aunque ya no lo hace con una cámara sobre el hombro, el incansable reportero gráfico Manuel Ovalle, sigue "en alma y en sentimiento" cada suceso que ocurre en el mundo. Quince conflictos armados, 138 países y hasta tres golpes de estado a sus espaldas no bastaron para lograr que el leonés, natural de Ponferrada, se situara al otro lado de la pantalla. Solo una cosa hizo cambiar el rumbo de su vida: un viaje por trabajo a la provincia de Huelva. 

Manuel Ovalle: "He viajado por todo el mundo y el único lugar en el que me he quedado ha sido en Huelva"

El reportero gráfico Manuel Ovalle. El reportero gráfico Manuel Ovalle.

El reportero gráfico Manuel Ovalle. / Alberto Domínguez

Escrito por

Lourdes Morillo Moyar

-Hábleme sobre la presentación de su libro. ¿Cómo nace la propuesta?

El libro Ovalle. Reportero gráfico se presentará en cuarenta ciudades españolas, entre ellas Huelva. Nosotros hemos autoeditado el libro y, con ayuda de María José Galván, que es la productora del libro, estamos recorriendo toda la península de la mano de Radio Televisión Española: la que es mi casa y lo ha sido durante cincuenta años. 

Gracias a los compañeros y compañeras de RTVE, a la editorial Niebla, a la Diputación Provincial de Huelva y a la periodista Ana Martín -coescritora del libro- estamos llevando la biografía por cada uno de los rincones del país.

-¿Qué descubrimos de Manuel Ovalle a través de este libro?

Hay algo que debe ser fundamental en la vida de las personas y que cada vez es más difícil de conseguir. Yo he tenido la oportunidad de dedicarme a una profesión de la que he estado muy enamorado durante casi cinco décadas. 

-Cuarenta y siete años con una cámara sobre el hombro recorriendo el mundo. 

Desde la humildad, me siento un privilegiado por ello. Considero que he sido una persona agraciada: hacer lo que te gusta desde los dieciocho años hasta que te jubilas es hoy en día todo una hazaña.

-135 países y 15 conflictos internacionales. De repente, todo se calma. ¿Cómo lleva la jubilación?

Estoy en contacto constante con mi compañera Almudena Ariza, que está de corresponsal en Jerusalén. Yo fui el primer reportero gráfico que tuvo ella en un conflicto armado, en la Guerra de Irak. 

Tenemos una gran amistad que nos une y se ve reflejada a través del libro.

-¿Cómo se siente al hablar con ella, mientras se encuentra en una situación que ya habéis vivido juntos antes?

Ella está interviniendo en las presentaciones del libro y también estará en la de Huelva, siempre y cuando el conflicto le pueda permitir entrar online desde Jerusalén.

Estamos muy unidos y prácticamente al día. Siempre le digo "yo tendría que estar contigo en Gaza, Ucrania o en cualquier otro país del mundo donde se necesita una cámara de televisión para denunciar a esas personas vulnerables y que están sufriendo."

-No se ha llegado a desvincular del periodismo en ningún momento. 

Me he desvinculado en la práctica y en la teoría. En mis sentimientos y en mi tiempo sigo activo, estoy al día de todo lo que ocurre. Ahora no llevo una cámara sobre el hombro, pero me estoy reencontrando con mis veteranos compañeros, amigos y amigas de profesión a través de este libro. 

Con el éxito de la presentación, me doy por satisfecho. Es la culminación de mi carrera profesional, que aún no ha terminado porque después del libro vete tú a saber con qué seguiré, pero siempre con lo relacionado con la profesión periodística.

-¿Echa de menos la adrenalina que implicaba su trabajo?

Sin ninguna duda. Cuando hablo con Almudena y escucho cómo es la situación actual en Yenín -zona castigada por los judíos-, que reúne a los gazatíes más jóvenes y que fue donde empezó todo, vuelvo a sentir esa adrenalina después de cuarenta años. 

Hace algunos días, sin ir más lejos, no pudo entrar en directo. Yo sé lo que ocurre en ese momento: jóvenes lanzando piedras a los judíos y los judíos devolviéndole balas. He vivido la situación y esa adrenalina continúa aún en el cuerpo. 

-Tras varios incidentes que casi le hacen perder la vida, ¿nunca se planteó abandonar?

Tras 42 años moviéndome de un lado a otro del mundo, me enfrenté a un último conflicto fuerte: la caída de Gadafi en el año 2011. 

Yo venía de trabajar en Libia y me fui a Huelva, cambiando totalmente de registro. Al llegar allí, me sentí muy querido y muy realizado con mi trabajo.

He trabajado lo mismo en los campos de berries de Huelva que en los de Colombia recogiendo café, donde estaba la guerrilla de las FARC.

Con esto quiero decir que he estado increíblemente a gusto trabajando los últimos cinco años de mi trayectoria profesional en Huelva. 

-Tanto es así, que decidió quedarse en Huelva a vivir.

Efectivamente. La evidencia de esto es que me he quedado, ahora vivo entre Tenerife y Huelva, donde tengo mi domicilio.

-De vivir la guerra de Libia, a Huelva. ¿Cómo acabó aquí?

Cuando volví a Madrid, me tocó hacer un reportaje para el telediario en Huelva. De repente, vi la luz, esas gentes y esa forma de vivir que tienen los onubenses. Pensé que aquello era un paraíso: 120 kilómetros de costa, una sierra de Aracena y Picos de Aroche que me recuerda a mi tierra, Ponferrada, muchas horas de sol y buenas personas. 

Cuando vi lo que había aquí, cambié mi rumbo: dejé de viajar y pedí el traslado a Huelva. En Madrid sorprendió mi decisión, pero como llevaba muchos años de carrera me lo dieron.

-¿Cómo definiría su trabajo una vez instalado en la provincia de Huelva?

Haciendo la noticia diaria. Cuando llegué, ocurrió el famoso incendio por la zona de Doñana, e incluso, en un capítulo de mi libro aparece Huelva. El confinamiento me pillo allí, por lo que viajaba por las carreteras vacías, intransitables, y me movía por los pueblos para ver cómo la Guardia Civil llevaba medicamentos a la Sierra. Me recordaba a los países en conflicto, donde las carreteras también estaban solas. 

-¿Qué momento -de todos los vividos durante su trayectoria- no desaparece de su cabeza?

He estado en cuatro ocasiones al borde de perder la vida. Una guerra es una lotería y a mí, gracias a Dios, no me ha tocado nunca. Hubo un momento que aparece en el libro que ocurrió grabando la Guerra de Irak. 

La guerra de Irak fue cubierta por un equipo de RTVE en el sur, otro en Bagdag y otro en Kurdistán. En este último, grabábamos Almudena Ariza, Miguel Ángel Cano y yo. Hubo un día en el que estábamos toda la prensa internacional y nos debíamos  dirigir en torno a las cinco de la madrugada hacia un lugar donde iban a atacar a las fuerzas de Saddam Hussein, a las montañas de Kurdistán.

Yo le dije a mi compañera Almudena Ariza que no nos íbamos a ir, ella se enfadó mucho conmigo porque, además, era su primer conflicto. Había hablado con Madrid que estaríamos en esa operación, pero yo le dije que se fuera a su cuarto. 

Le insistí en que, si ocurría algo a las cinco de la mañana, yo tenía que encender la cámara y al ver la luz, el primer tiro lo recibiría yo en la cabeza. "¡No nos vamos!", le insistí.

Cuando llegamos a ese lugar ya por la mañana, era una masacre lo que allí había. Bombardearon el lugar y habían matado a los compañeros con los que estuvimos el día de antes en el hotel. Desde Madrid pensaron que estábamos muertos. Almudena, Miguel Ángel y yo nos abrazamos llorando.

-¿Cómo ha conseguido mantenerse dentro de la profesión a pesar de los riesgos que conllevaba durante tantos años?

Sencillamente, porque he hecho lo que me ha gustado desde muy joven. Empecé con 18 años y con 24 años estuve en el golpe de estado de Guinea Ecuatorial y, desde el primer momento hasta el último día que me jubile, he amado cada uno de los trabajos.

-¿Momento que le ha dado una mayor satisfacción profesional?

El terremoto de Haití, con más de 220.000 fallecidos, es un capítulo del libro. Estando allí, le dije a la conductora que siguiera unos camiones para ver dónde iban a tirar a los escombros.

Eran tres camiones y estábamos a unos treinta kilómetros de Puerto Príncipe. Avanzaron hasta un descampado y nosotros, detrás y escondidos.

Vimos que entre los escombros caían restos humanos. Hay un plano de una chica -que nunca se me quitará de la cabeza- en el que parece como si no quisiera entrar dentro de la fosa común. 

Esa imagen se grabó. Rápidamente quité la cinta y se la di a mi compañera. A los pocos minutos, vinieron unos hombres amenazándonos a punta de pistola para que le diéramos la cámara, pero lo que hice es darle la cinta virgen.

-¿Salió esa imagen en RTVE?

No, porque eran muy fuertes. Pero las distribuyó por el mundo hasta llegar a Naciones Unidas. Naciones Unidas le dijo al Gobierno de Haití que enterraran a los muertos con dignidad. Por consiguiente, los casi cincuenta años de profesión, con el hecho de enterrar a los muertos con dignidad tras un terremoto, ya me hace estar satisfecho. 

-¿Ha merecido la pena, entonces? 

Naciones Unidas dijo que "los muertos por un lado y los escombros por otro".

Si gracias a nosotros se entierra a los fallecidos con dignidad, se evitan muertes, sufrimiento y calamidades, siempre me habrá merecido la pena jugarme la vida.

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